Con una charla que podríamos calificar como íntimamente local dieron comienzo las VI Jornadas sobre las Lagunas de Torrevieja y La Mata, que como cada año, por el mes de mayo, organiza la Asociación Cultural Ars Creatio. En el salón principal de la Sociedad Cultural Casino de Torrevieja, la doctora en Antropología e investigadora Amparo Moreno Viudes, desarrolló su ‘Palabra de salinero’. Asistieron, con Miguel Albentosa, presidente de la entidad anfitriona, el alcalde de la ciudad, Eduardo Dolón, la primer teniente de alcalde, Rosario Martínez Chazarra, los concejales Sandra Sánchez y Federico Alarcón, así como el cronista oficial, Francisco Sala, y numerosos salineros y familiares.
Presentó la organizadora de esta Jornadas, Ana Meléndez, directiva de Ars Creatio, quien en su intervención informó sobre la cesión de varios cuadros, inspirados en nuestras lagunas, del pintor alicantino José Cerezo, por cuya gentileza están expuestos en el citado salón principal. También refirió el resto de actos programados para esta edición (otras dos conferencias, los talleres infantiles y las rutas teatralizadas con cata de vino). Y contó la historia del dibujo que conforma el cartel, obra del salinero José Antonio Andréu Moya, ‘El Arnao’, un auténtico documento histórico por el detalle que ofrece de las instalaciones salineras en 1946. Su hijo Salvador Andréu Aracil recogió como obsequio una reproducción enmarcada de este cartel, de la mano de Josefina Nieto, presidente de Ars Creatio.
Al principio de su charla, Amparo Moreno agradeció al fotógrafo Toni Sevilla las imágenes cedidas para ilustrarla. Tratadas como paisaje cultural por estar inmerso en ellas el ser humano, nuestras salinas han sido escenario de diversos métodos de trabajo y, en consecuencia, han generado determinado tipo de habla característica, unida a las condiciones de la localidad, de la que paradójicamente se han sentido tan cerca y tan lejos al mismo tiempo. La ponente mencionó las obras ya publicadas de las que tomó las primeras referencias antes de emprender su tarea. Mostró su intención de acercar el lenguaje de los salineros, a quienes se atribuye una forma de pensar y hacer que conforma una idiosincrasia.
Las salinas de Torrevieja son especiales porque desde el principio su explotación fue industrial. Las sucesivas mecanizaciones dispuestas por el Estado agudizaron la inventiva de sus trabajadores (desde principios del siglo XIX), con la puesta en práctica de estratagemas para asegurarse unas jornadas más de faena o siquiera la comida con la que subsistir. Se disociaban las labores en la laguna y en tierra, de manera que era habitual que los unos no conocieran la de los otros. El trabajo era muy duro, con mucho desgaste físico, propio de hombres, si bien las mujeres participaban en casa, por ejemplo, anunciando la llegada de ‘vapores’ y los días de ocupación que podían éstos garantizar. La expresión ‘gente pa’l pueblo’ indicaba que no había trabajo y que había que regresar, a saber hasta cuándo. Ya en los años 60 y 70 del pasado siglo, era típica la imagen de los salineros desplazándose hasta la laguna en bicicleta o en moto.
Siguiendo con la materia lingüística, Amparo Moreno dedicó un apartado a los apodos, heredados de generación en generación; algunos denotaban características físicas, otros eran metafóricos, toponímicos, de parentesco, de animales, gastronómicos, de objetos, y no faltaban los de difícil clasificación. En cuanto a la toponimia lagunar, ‘el charco’ era el término más habitual para referirse al lugar de trabajo, y ‘la madre’ la capa de sal permanente del fondo. De momento, la ponente ha anotado hasta 38 denominaciones diferentes de la sal, entre las comerciales y las etapas por la que pasa en su preparación.
Para documentar la charla, fueron emitidos documentos audiovisuales de salineros históricos. José Conesa Pérez habló de sus primeros días de trabajo, a los trece años de edad, en los que se dedicaba a ‘tirar agua en el uno’, es decir, a sacar con una pala el agua que entraba en las barcazas, para evitar que se hundieran. Este y otros, como el de pajillero (recogida de broza o basura) o el de pinche (señalización con estacas o banderas del lugar de arranque de la sal), eran los trabajos iniciáticos en las salinas para los niños, antes de incorporarse a los de adultos. Había muy pocos empleados fijos, la mayoría eran temporeros; se daba la circunstancia de que algunos años, por lluvias u otras causas, podía perderse la «cosecha» de sal. Una peculiaridad de los que se adentraban en la laguna era que debían protegerse con cuero, para evitar ulceraciones o enfermedades. Resultaría determinante para nuestras salinas la comunicación con Pinoso, una innovación técnica que permitió aumentar la producción.
Como prueba de la proverbial generosidad de los salineros, se generaba un fondo consistente en la cesión de una parte de su sueldo para ayudar a los compañeros que pudieran resultar lesionados o enfermos. Terminó la charla con el relato de jocosas anécdotas o ‘hechas’ y, como obligado contrapunto, de accidentes mortales, que también los hubo. Amparo Moreno cedió el micrófono a Antonio Pérez Boj, que emocionó al público con la lectura de su poema ‘Golondrina de amor’.
Con la entrega de una placa de agradecimiento, Josefina Nieto felicitó a la ponente por su charla y la emoción transmitida, y expresó su reconocimiento a los salineros por el trabajo desplegado durante tantos años y entre tantas dificultades. Amparo Moreno afirmó que la labor emprendida continúa y que seguirá recogiendo todos los aspectos propios de nuestras lagunas: toponimia y lugares comunes, utensilios y maquinaria adaptada, especificidad y diversidad de una actividad laboral de mar y de tierra, simbolismo y costumbres en la vida de los salineros. Seguro que todos ellos, así como sus descendientes, quedarán plenamente satisfechos con este merecido recuerdo y reconocimiento. Suyas son estas Jornadas de sal, salinas y salineros.