Estamos destrozadas. El nivel de las múltiples violencias que unos pocos hombres malos están ejerciendo contra nosotras sube descontroladamente en el mundo. En Irán, hombres malos están asesinando en grupos a niñas en sus escuelas con gases letales. Y en nuestro país cada semana, desde hace muchos muchos años, una mujer es asesinada por un hombre malo; hombres malos ejerciendo la cultura de la violación nos violan con las mínimas represalias; a nuestras mujeres políticas los hombres malos las insultan en sus puestos de trabajo en el seno de las instituciones y en la calle, llamándolas locas y asquerosas, mientras la televisión pública que todos mantenemos les da cobertura, blanqueando y normalizando esta violencia; hombres malos se apropian de nuestros derechos, de los que tenemos y de los que perseguimos, y como armas arrojadizas los utilizan y los ponen en juego hasta perderlos para sus conspiraciones y juegos de poder; hombres malos asaltan nuestros cuerpos y convierten nuestros partos naturales en cesáreas programadas para engordar sus cuentas corrientes sin escrúpulos; hombres malos mantienen cerradas nuestras puertas de salida a excepción de las de la cocina y la del dormitorio; hombres malos mantienen bajo control nuestros mínimos y débiles poderes
¿Dónde están los hombres buenos? Es que este nauseabundo olor a odio lo inunda todo a nuestro alrededor y nuestros hijos también lo huelen, lo sienten y lo sufren. No podemos vivir con éste odio estructural y gratuito que sufrimos sólo por ser mujeres. Porque no ha sido así desde que el mundo es mundo, sino desde los comienzos de una desafortunada gestión que del mundo comienza a ocuparse el binomio Iglesia-Estado, una gestión de la que fuimos expulsadas y quemadas en la hoguera. El odio va en aumento y en esta guerra contra nosotras, como en todas, no va a ganar nadie. Si la mitad de la población es tratada de esta manera, si tiene que vivir permanentemente con la amenaza de ser cuestionados sus derechos humanos, nadie va a escapar de rositas. Si el hombre malo cree que ha llegado a este mundo por generación espontánea y no conoce madre ni hija, se ha perdido la clase más importante.
No estamos avanzando al ritmo que necesitamos. Avanzamos tan despacio y nuestras vidas son tan cortas que las generaciones que nos siguen reciben de nuestras manos sólo unas pocas migajas más de dignidad y el recuerdo de nuestras vidas exhaustas, muchas de ellas malogradas en el intento. No es éste el testigo que nos hubiera gustado dejar a nuestras hijas tan exiguo, tan pobre, tan frágil. Los hombres malos tenían tanto odio en sus corazones que quizás debiéramos haber dedicado más tiempo hombres y mujeres a averiguar POR QUÉ.
Rita Mañús Rayos, de la Asociación de Mujeres para la Libertad y la Vida